DIEZ VENTANAS
Mixtura es una editorial de reciente creación (2021) que alberga propuestas muy diversas unidas por su vinculación poética y vocación de miscelánea, de textos que no acaban de ajustarse a una clasificación genérica.
En ese hábitat, el ensayo Diez ventanas. Cómo los grandes poemas transforman el mundo, de Jane Hirshfield, encaja como un guante, al situarse en un lugar que no es propiamente el de la crítica literaria, sino el de la conexión entre poesía, lectura y experiencia vital. La conexión de la poesía con la vida no se hace, según Hirshfield, como simple testimonio literario de percepciones íntimas y externas, sino que la poesía, como cualquier arte, extiende nuestras posibilidades y límites de percibir.
Vinculada al budismo desde muy joven (llegó a estar
retirada en un templo), la poeta y ensayista estadounidense Jane Hirshfield
(1953) ve la poesía como un acto a partes iguales entre la contemplación y la
comunicación, un acto en sí de experiencia interior compartida a los demás, sin
que ello implique “comunicar un mensaje” sino traer al presente la propia
experiencia, la propia contemplación, un poner “en común” esa experiencia. Es un
acto que inaugura una mirada, algo que compara la autora con una actitud zen de
ver el mundo con los ojos medio abiertos, medio cerrados. Pero también una
forma de oír, de tocar, de degustar. Experiencias creadoras que se manifiestan
en el proceso de escritura en el momento de “felicidad de los poetas”, y que se
reviven, con igual viveza, en el instante de la lectura, cuando el lector
aporta su granito de arena al poema, siempre que el poema, por muy formal y
clásico que sea, le emocione, le haga sentir parte de algo.
Para ello, el escritor hace despertar al lenguaje, y lo
hace casi siempre desde un impulso, un deseo, una insatisfacción, un desgarro,
concepto este último que está tanto en Yeats como en Bashō, el autor al
que dedica más páginas. Gran conocedora y cultivadora del haiku,
Hirshfield ensalza esta forma poética como súmmum de lo que es “ver a través de
las palabras”, un instrumento para crear experiencias a partir de una
pincelada, un destello, en el que casi no hay verbos, no hay acción propiamente
dicha, sino un movimiento, una expansión de la emoción, que complementa o
redirige cada lector. Pero la autora no se detiene ahí: más allá del influjo
que el budismo ha ejercido en ella, sabe detectar las diversas aristas del
fenómeno poético en varias tradiciones, desde Gilgamesh a la poesía
estadounidense, en la que ella está también inserta como poeta. Conceptos como
la ocultación, la incertidumbre, el elogio del misterio, la sutileza, por
ejemplo, se muestran tanto en las cartas de Keats o en el teatro de Shakespeare
como en poetas orientales o los discípulos de Walt Whitman, sin desdeñar la
prosa de Poe, de Virginia Woolf o de Malcom Lowry.
El libro de Hirshfield alude a diez ventanas (los diez
capítulos en que está dividido), así como otra de sus obras ensayísticas habla
de nueve puertas. Para ella, la mayoría de poemas “tienen una especie de
momento-ventana”, se abren a “un paisaje ampliado de sentido y emoción” en el
que el lector amplía su percepción y puede mirar más allá del propio poema, de
su propia anécdota, de su estructura, como en los poemas de Emily Dickinson,
sin duda la poeta a la que mejor situaríamos mirando una ventana, y la que más
necesidad tendría de abrirlas, aunque aquí se hable del proceso de lectura de
esos poemas, del elogio de la lectura atenta que propician unos poemas y no
otros. Y en la mayoría de los casos, especialmente en la poesía contemporánea,
esa lectura implica adentrarse en la oscuridad para aprender a ver. No
necesariamente para encontrar la misma luz ni la misma ventana.
Leer un poema, para Hirshfield, es una “pequeña sorpresa”,
incluso aunque el poema se haya leído muchas veces, prueba de que el poema no
es una verdad perdurable, sino algo que vive y revive en la lectura. El poema
como artefacto puede romper el patrón tradicional o su propio patrón y en esa
ruptura produce un efecto de guía hacia el lector. Otras veces es el lector el
que rompe con sus patrones de lectura y lee de otra manera un mismo poema. El
poema desafía a lo preconcebido, ya sea en la tradición literaria, ya en el
devenir lector de una persona. El buen poema, se entiende, porque algunos otros,
planteados como estructuras pétreas, pueden presentar una estructura impecable,
estar “bien escritos”, resumir a la perfección una ideología, ser un eslogan
incluso imaginativo, pero sus edificios no tienen ventanas. Lo que entiende
Hirshfield por un buen poema es aquel que “se convierte en tierra fresca para
satisfacer una necesidad fresca”, una tierra fresca seguramente muy trillada,
pero que no lo parece a ojos del lector.
HIRSHFIELD, Jane (2015) Diez ventanas. Cómo los grandes poemas transforman el mundo, Sant Boi de Llobregat: Mixtura, 2023, 357 págs., traducción de Elena Aguilar.
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