El sueño de Lichtenberg o los libros autorecomendados
Hay muchos caminos por los que uno llega a los libros.
Hay el deliberado, quizá el que menos veces se da, en el que uno va a la librería o a la biblioteca a buscar un libro concreto, en una edición ya apuntada de antemano y con un propósito concreto: queremos el libro tal porque forma parte de la bibliografía obligada sobre una materia, un autor. Ya de por sí, lo deliberado del libro habría que ponerlo entre comillas, pues el camino previo a la llegada de esa búsqueda nace de una bibliografía más o menos explícita. Y una bibliografía es una lista de recomendaciones, por muy de «obligada lectura» que nos parezca. Incluso un canon planteado como «lo que debe leer una persona culta antes de morir».
Más bien pienso como «libro deliberado» el que uno hace obligado en su bibliografía particular y va a buscar a la librería o biblioteca a conciencia, ahorrando dinero o tiempo expresamente para él. Si alguien, otro ser vivo diferente a uno, saliese con un ejemplar de ese libro deseado en el preciso momento en que entro en la librería o biblioteca, así existieran otros ejemplares disponibles, me harían sentir traicionado, robado en mis narices.
A veces, en el mismo estante o al darme la vuelta, o dando involuntariamente una patada a una caja, o abrochándome los cordones frente a un mostrador, me puedo encontrar con un libro que no sabía que existía o que ignoraba que pudiera tener al alcance, y que en ese momento siento que tengo que llevarme a casa, en préstamo o para siempre. Es un libro recomendado por el azar, el libro que, como dice el subtítulo de este, «no sabíamos que buscábamos».
Esa sensación nos ocurre muchas veces con los libros regalados, la de abrir el paquete y ver que un amigo ha pensado en un libro que nos gustaría tener aunque no sabíamos que existía, pero que inconscientemente puede clasificarse dentro de los libros que buscaríamos tarde o temprano. Incluso a veces se da el azar máximo: el libro deliberado (una novedad recomendada en la prensa por ejemplo) que nos regalan poco tiempo antes de que fuésemos a buscarlo.
Muchos libros de mi biblioteca son recomendaciones del azar o de amigos, pero uno en concreto es una autorecomendación.
Una noche, cuando tendría unos veinte años, soñé que recomendaba a un amigo un libro de Lichtenberg. Y por la mañana, de todos los posibles detalles del sueño sólo recordaba ese: la recomendación de un autor que no conocía y que ni pensaba que existía. No le di importancia hasta que pasado un tiempo, unas semanas, mirando unos libros me topé con una edición de los aforismos de Lichtenberg, que adquirí. El remate a esta historia fue que no sólo me apasionó lo que leí sino que encontré en el prólogo y en algunos de los aforismos que una de las preocupaciones de este autor del siglo XVIII era el mundo de los sueños (también había intuido la electricidad e insinuaba que había una relación entre el hombre y el mono).
Lo único que se me ocurre como explicación es que soy y he sido un lector que no se salta las notas a pie de página y que en algún libro alguna de esas notas a las que no habría dado importancia pasó a mi memoria de forma inconsciente. El cerebro, a través de los sueños y su tarea cada noche de organizar los estantes de nuestra memoria, lo sacaría a relucir de esa forma.
Muchas veces he pensado que todos los libros nos han sido recomendados de ese modo en una suerte de soñar despierto, combinado con los motivos externos para estar predispuesto a algo. Como cuando recién estrenado como padre de mellizos, sólo veía carros gemelares por la calle, incluso algunas trillizas.
¿No será que todos los libros que nos importan son libros que nos autorecomendamos y que controlamos más el azar de lo que parece?


Comentarios