TSUNDOKU
En el programa de radio "La ventana" de la SER el escritor Benjamín Prado comparaba estos días las extensas bibliotecas privadas con las bodegas personales. Se tienen libros como botellas de vino para poder tener a mano posibilidades de elección de un libro o un vino adecuado a cada ocasión. Buena comparación. Lo hacía Prado en relación a una palabra japonesa que se ha puesto de moda, tsundoku, que hace referencia a la acumulación de muchos libros sin leer.
No siempre se han leído los libros que tenemos, más bien es una rareza, porque para ello han de coincidir la oportunidad de comprarlos con la necesidad de leerlos. Y menos ahora que proliferan los medios muy económicos para que esos libros lleguen a nuestras manos y luzcan en nuestras bibliotecas.
Los que amamos los libros, a ser posible en papel, disfrutamos ya de su sola presencia, y creemos que su mejor ubicación es a nuestra vista, a nuestro alcance.
Quizá sería mejor, queriendo conservarlos, ponerlos en cajas, clasificarlos con algún catálogo tipo Bookshelf y sacarlos de su rincón oculto cuando lo precise nuestra lectura. Pero nos llama verlos, que formen parte de nuestro paisaje cotidiano y, aunque no necesariamente, de nuestras futuras lecturas.
No es un exhibicionismo similar al que ordena estanterías por colores, aunque uno podría sentir una gran emoción al poner juntos todos los tomos amarillos de la serie de Júcar Los poetas, por ejemplo. Ni desde luego andamos muy lejos de quien pone lomos de libros vacíos como elemento decorativo. Los lomos que nos exhibimos a nosotros mismos y su interior tienen mucha vida, ya por lo que su lectura nos despertó o por cómo llegaron a nosotros. Y los exhibimos para decirles a los propios libros que se los quiere.
La clave del tema, más que apilarlos para un futura lectura que quizá no llegará, es la forma en que se adquirieron esos libros, la necesidad de adquirirlos, que no es la misma urgencia que la de la lectura, aunque a veces sí coincida. Cuando se habla de tsundoku se suele criticar aquel que tiene varias ediciones de un libro. Si tiene de la misma edición del libro es porque o está vinculado editorialmente al libro, porque es el autor o porque, y aquí viene lo mejor del asunto, quiere regalarlo a quien acuda a su casa. Si son diferentes ediciones, es porque el entusiasmo sobre ese libro le lleva a rastrear sus diferentes caras y versiones (a mí me pasa con los Gulliver) o porque cada una le aporta algo diferente: unas son adaptaciones infantiles, unas están ilustradas por Junceda por ejemplo, otras tienen un autógrafo y una dedicatoria, otra tiene una excelsa introducción, otra la traducción de Cortázar... Es el mismo libro, pero no es el mismo libro, y no es obligatorio leer la obra principal.
De alguna manera, entre la necesidad y la oportunidad, uno va diseñando un mapa de obligatorios en su biblioteca: por su valor de consulta, por su valor histórico, por ir cubriendo diversos momentos y etapas de la cultura, diversos autores que entendemos imprescindibles...
Si estos libros serían libros en depósito, para enriquecer el fondo de una biblioteca, hay otros motivados por la actualidad, ya sea la rabiosa actualidad en sí (las listas de ventas, los recién sacados al mercado) o la actualidad de la materia en la que uno durante un tiempo mayor o menor quiere versarse (las últimas tendencias de la lingüística, por ejemplo) o simplemente los que necesariamente ha de tener para un proyecto personal o profesional en un momento dado con fecha de caducidad (un artículo, una tesis...). A veces uno va a buscarlos y encontrarlos en las librerías, otras le llegan a casa en grandes cantidades, como les debe pasar a los críticos con cierto prestigio y también en estos casos se apilan en nuestras mesas procedentes de las bibliotecas. Aquí es más complicado huir de la urgencia de su lectura porque obedecen a un propósito de encargo o de autoencargo. Pero también son más susceptibles de que no acaben formando parte de nuestros estantes, a menos que vayan dedicados (lo que no es garantía de nada) o coincidan que son punteros en las materias en las que queremos cubrir lagunas de nuestras bibliotecas.
Seguro que dejo categorías intermedias, pero paso finalmente a hablar del tipo de libro que más me gusta: los diccionarios y los libros de consulta. Son como minibibliotecas que habitan nuestros estantes. Tienen sus propias estanterías (las entradas), como lugares que podemos hacer crecer y que quizá sea el origen de nuevas necesidades de adquisición o de lectura. Retomando el símil de Benjamín Prado, en este caso serían botellas de las que degustar de vez en cuando su vino y al mismo tiempo botelleros de futuros vinos que, sin pasarse, podamos tener en reserva sin que nadie nos imponga el momento en que tenemos que leerlos.



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